Excrecencias, Diego Loayza, óleo sobre tela, 2007
Anoche soñé con una fiesta que no parecía terminar nunca y donde una morbosa farándula se divertía sin cesar. Era en un palacio, mitad art-deco, mitad medieval, en una serranía de desontrolados accidentes y vertiginosos abismos. Detrás del monstruoso edificio, había una salida a lo salvaje, allí vivían tribus enteras de monos agresivos. En una plaza que estaba en el pueblo más cercano yacía una iglesia-monumento-escultura-no-sé-qué que yo quería fotografiar con mi teleobjetivo. Me posicioné entre dos cadáveres de cóndores gigantescos que, para mi sorpresa, no hedían ni eran consumidos por gusanos o moscas. Nunca logré obtener la fotografía que quise y se hizo de noche. Luego fuimos a comer con mi familia - incluída mi abuela Gilda - a la curva de la casa del presidente en San Jorge que parecía, más bien, un mirador al cosmos crepuscular. Mientras conversabamos llegó una horda de viejos cocineros que nos regalaron crêpes y se fueron cantando fanfarrias usando sus utencilios de cocina como percusión. Ahora estoy tecleando estas palabras en mi computadora, extrañando la intensidad de las imagenes imaginales...